lunes, 30 de abril de 2007

Fox y el internacionalismo pecuniario - Jairo Calixto Albarrán

A pesar de su folclórico estilo de gobernar, casi nunca estoy en desacuerdo con Hugo Chávez. Me ganó desde que en plena asamblea de la ONU comenzó su discurso con un “Aquí huele a azufre, aquí estuvo el diablo”, al referirse a la presencia de George W Bush unas horas antes en ese lugar y con la misma gente. Pero tristemente, ahora sí discrepo con el venezolano cuando, sin conocimiento de causa, declaró que Vicente Fox le daba asco y lástima, no necesariamente en ese orden, quiero suponer. O sea, no se puede tratar así a un ex presichente, sobre todo porque a pesar de ser uno de los grandes del internacionalismo pecuniario y que en su fuero interno quisiera entrar a caballo y encapuchado a Caracas para derrumbar al mal gobierno comunista de la mano del espinito panista, que es como su Durito, todavía no sabe dar golpes de Estado. Se le dan los desafueros y amañar las elecciones, pero golpes de Estado por lo menos todavía no.

Además, Hugo Chávez se equivoca porque Vicente Fox no da asco ni da lástima, sino güeva. El otrora campeón del humorismo pando, el simpático rancherito que cautivó a los electores del voto útil con su carisma y ocurrencias sin iguales, se desgastó tanto durante su sexenio que del chorro de voz ya le quedó nomás el puro chisguete.

O sea, por su capacidad para generar bostezos es más aburrido que el estilo de juego del Tuca Ferreti y los Pumas, que a fuerza de empates se forjaron una reputación como profesionales de la narcolepsia pambolera.

Ni siquiera la reforma del Estado, las homilías de don Norbeto, los spots panistas, las acusaciones de la Secretaría de Gobernación contra Brozo, y la negativa de Juan Molinar Horcasitas -IMSS- y José Córdova Villalobos –Salud- para permitir la práctica del aborto en sus hospitales (quién iba a decir que hubiera tanta viuda de Serrano Limón, al rato en sus nosocomios la única forma de asepsia será con agua bendita), son tan de flojera como los esfuerzos de Fox por dar la nota. Con tal de salir en la tele reveló que, con la generosidad que le caracteriza, en su sexenio se gastaron 10 millones en regalos.

Fox tendría que entender que la única manera en que sus actos no den güeva sería entregando a los Bribiesca en calidad de chivos expiatorios, yéndose a Pasta de Conchos a trabajar de minero sindicalizado bajo la férula de Napito, o contribuir a que Agustín Cartens consiga uno de los sueños más guajiros del terrorismo fiscal: que la economía informal pague impuestos.

Fox ya organizó su show en el rancho San Cristóbal, nomás le falta encuerarse en el Zócalo para Spencer Tunick.

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